¡Hola Kinder! En este post te voy a contar lo que viví en una mesa redonda sobre inversión organizada por Bestinver y La Opinión de Málaga. Muy agradecido de que hayan contado conmigo para esta experiencia con unos profesionales de tan alto nivel.
Me invitaron como ponente junto a cuatro expertos del sector financiero… y aunque iba con traje, era evidente que yo era “el distinto”.
Pero eso no es lo importante.
Lo importante es lo que reafirmé allí: que el mundo financiero está cambiando, que ya no basta con tecnicismos ni corbatas, que ahora cualquiera con criterio puede aportar (incluso un chico de 27 años con una comunidad que invierte mejor que muchos profesionales) y que esta comunidad premium está mucho más avanzada de lo que pensaba.
Sin más dilación, vamos al grano.
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Cómo descubrí que el mundo financiero está cambiando
Me enfundé el traje y la corbata para la ocasión. Diplomático, cruzado, doble botón. No voy a mentir: no es mi indumentaria habitual, pero sentí que era el “uniforme” casi obligado en ese contexto. Me habían invitado a una mesa redonda organizada por La Opinión de Málaga y Bestinver, titulada “Claves del futuro financiero: Ahorro e Inversión”. Compartí escenario con cuatro profesionales de renombre: un empresario, un gestor de patrimonios, un asesor financiero veterano y el delegado de EFPA en Andalucía (también asesor financiero). Y luego estaba yo, el más joven del panel, presentado como “creador de contenido financiero” (o, para muchos, simplemente influencer). Nervioso? Un poco. Emocionado? Mucho. Sabía que iba a ser un choque generacional amistoso, la vieja guardia de las finanzas cara a cara con la nueva ola digital.
Al principio noté cierta curiosidad en el ambiente, incluso algo de escepticismo. Es comprensible: la imagen clásica del sector financiero son hombres de traje gris y corbata, con décadas de experiencia y un vocabulario plagado de tecnicismos. Ahora llegaba un “chaval de internet” a hablar de inversiones junto a ellos. Pero no solo soy un “chaval de internet”, yo también estoy en el sector financiero de forma profesional. Y sé de primera mano que el traje y la jerga imponen. Lo he visto muchas veces: para mucha gente, esas formalidades son sinónimo de autoridad incuestionable. Pero también sabía algo: los tiempos están cambiando, y por eso yo estaba allí.
En cuanto empezamos con las preguntas, la barrera se rompió. Uno de los primeros temas fue por qué invertir además de ahorrar, y pude explicarle al público algo que considero fundamental. Conté un ejemplo muy sencillo: si guardas 10.000 euros debajo del colchón durante 10 años, con una inflación media del 3%, al final de la década ese dinero habrá perdido gran parte de su poder adquisitivo. Es decir, el dinero quieto se devalúa. Las cabezas entre el público asentían; creo que muchos se imaginaron ese colchón tragándose sus ahorros. Ahí mismo se notó por qué era importante lo que estábamos haciendo: traducir conceptos financieros a ejemplos de la vida real. Hablé de cómo invertir es la forma de poner a trabajar el dinero para vencer a la inflación y aprovechar el interés compuesto, en lugar de dejarlo parado. Mientras lo decía, me di cuenta de algo: en otros tiempos, este mensaje quizás solo te lo daba un banquero serio en su despacho; ahora lo está compartiendo un chico de 27 años en un evento abierto, sin rodeos ni lenguaje enrevesado.
Otro momento interesante fue cuando discutimos cómo han evolucionado los mercados en las últimas décadas. Uno de mis compañeros de panel recordó los años en que invertir era un privilegio para unos pocos, con información difícil de conseguir y altas comisiones. La perspectiva de mi generación es: hoy cualquiera con un móvil puede comprar acciones o participar en fondos con comisiones casi nulas. Incluso es posible invertir en nuevos activos impensables hace años, desde criptomonedas hasta trocitos tokenizados de inmuebles, con apenas 50 euros de capital. Ilustra la democratización de las finanzas. Pero también advierto, más acceso no significa automáticamente mejores decisiones. De hecho, vivimos rodeados de ruido: noticias 24/7, opiniones en redes, hype… Es fácil caer en trampas psicológicas. Comenté que lo veo a diario con mi comunidad online (esta newsletter, pero en la versión de pago): muchos nuevos inversores se dejan llevar por sesgos cognitivos, ya sea vender en pánico por miedo a perder o tener exceso de confianza tras un éxito inicial. Al decir esto, vi a los profesionales veteranos mirarme con aprobación, en ese punto estábamos completamente de acuerdo. La educación financiera y la gestión emocional son ahora tan importantes como la técnica, y ese mensaje es universal.
Aproveché para subrayar el ángulo del comportamiento humano: por mucha app o algoritmo que tengamos, el factor humano sigue siendo decisivo. En un mundo donde todo está a un clic, la verdadera ventaja es saber filtrarlo y no dejarse llevar por las emociones, algo que ningún algoritmo hará por ti. Me alegró ver que este punto resonó. Al final del día, quedó claro que invertir ya no va solo de números fríos en una hoja de Excel; va de entender el mundo y entendernos a nosotros mismos.
Hubo un punto de la conversación en que me paré un segundo a observar la escena desde fuera: allí estábamos cinco personas muy diferentes, discutiendo de tú a tú sobre finanzas, cada uno aportando desde su experiencia. De hecho, solté algún que otro tecnicismo cuando tocaba, términos como diversificación o volatilidad, para remarcar que también manejo esos conceptos sin problema (años estudiando e invirtiendo por mi cuenta dan para mucho). Aunque, sinceramente, preferí hablar en plata. Vi más valioso explicar una idea compleja con un lenguaje claro que recitar definiciones rebuscadas.
Uno de los conceptos clave que quise transmitir fue el de diversificación inteligente. Lo hice con un ejemplo muy visual:
“Ahora mismo estoy sentado en esta silla. Si tuviera solo una pata, me saldrían buenos abdominales intentando mantenerme, pero no estaría estable. Si tuviera dos patas en diagonal, mejor. Con cuatro patas, perfecto: firme, equilibrado. Pero si le pongo 24 patas... no voy a descansar más. Solo voy a tener una silla innecesariamente compleja.”
Es decir, diversificar está bien, pero pasarse también es un problema. Hay quien mete 30, 40 activos en su cartera y luego ni entiende bien en qué invierte. El objetivo no es acumular nombres, sino construir una estructura sólida que aguante bien las turbulencias, sin complicarte más de la cuenta.
Esta analogía conectó muy bien con el público, porque simplifica una de las ideas más malinterpretadas en el mundo de la inversión: más no siempre es mejor.
Y justo en esto profundizo cada semana en mi newsletter premium, donde comparto en tiempo real cómo construyo mi cartera, cómo tomo decisiones y cómo priorizo la simplicidad con cabeza.
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Entre todo el pesimismo que ven las personas del sector financiero, esta mesa redonda me hizo querer transmitir con vosotros un mensaje optimista: el futuro es prometedor, porque cada vez somos más los que nos interesamos por estos temas desde temprano; pero también hace falta acompañarlo de educación, ética y honestidad. Hoy en día un inversor individual bien informado no tiene nada que envidiar a un profesional. Es algo en lo que creo firmemente. De hecho, una de las conclusiones que compartí en el grupo de Telegram al día siguiente fue precisamente esa: esta comunidad de inversores particulares está muy preparada y puede mirar de tú a tú a cualquier experto tradicional. Lo digo porque lo vivo a diario: hay miles de personas formándose, leyendo, compartiendo análisis en redes, contrastando datos… El conocimiento financiero se está democratizando, y eso nivela el campo de juego como nunca antes. Y no gusta al mundo financiero tradicional.
La jornada terminó con un brindis y un pequeño cóctel en la terraza. Allí, con vistas al puerto de Málaga al atardecer, todos nos relajamos un poco. Las corbatas (metafóricamente) se aflojaron y las conversaciones siguieron, pero ya sin micrófonos. Allí conocí a varios seguidores que vinieron a verme, es auténticamente increíble vivir algo así. Curiosamente, hablando de todo un poco descubrimos que teníamos mucho en común. La pasión por las finanzas nos unía, más allá de la edad o del cargo en la tarjeta de visita.
Vuelta al hotel, en la bañera y con jazz de fondo, reflexioné sobre todo lo vivido. El mundo financiero está cambiando, sí, pero no es una lucha de antiguos contra modernos. Es una transición, una ampliación del espectro. Ahora una charla sobre inversión puede ocurrir en un auditorio con banqueros veteranos y creadores de contenido jóvenes codo con codo. Pero repito, no solo soy un creador de contenido. La imagen del experto en finanzas ya no es solo el señor serio de traje gris; también puede ser un veinteañero con ganas de comerse el mundo (y con una buena base de conocimiento detrás y experiencia profesional, por supuesto). Me encanta que sea así. La misma mesa redonda fue prueba de ello: diversidad de perfiles aportando valor juntos. Cada uno aprendió algo del otro. Yo aprendí que, aunque a veces me encasillen como influencer, eso no me impide ser profesional y actuar con rigor; y que los profesionales tradicionales, bien entrada la conversación, pueden verte como un igual cuando demuestras conocimiento y pasión sincera. También confirmé algo que sospechaba: a la gente de la calle le interesa de verdad este mundillo cuando se lo cuentas de forma cercana. Por eso debemos seguir derribando barreras, tanto las de la jerga compleja como las de los prejuicios generacionales.
Mi conclusión personal de aquella experiencia es optimista. El traje y la corbata seguirán ahí, pero ya no son la única voz autorizada. La educación financiera se está popularizando, las nuevas voces están enriqueciendo el debate, y el inversor de a pie exige formar parte de la conversación. Todo esto, bien canalizado, es estupendo: significa que más personas tomarán el control de su dinero con conocimiento y sentido común. Y si puedo aportar mi granito de arena, ya sea en un escenario junto a expertos veteranos o desde estas líneas que lees en tu pantalla, sentiré que estamos haciendo lo correcto.
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